
Cortesía de Jack Shainman Gallery.
Jack Shainman es una de las galerías más multiculturales, multiétnicas e inclusivistas que conozco. Entre los artistas que representa, hay: Nick Cave (USA), El Anatsui (Ghana-Nigeria), Lynette Yiadom-Boakye (London) y los cubanos Yoan Capote y Enrique Martínez Celaya. En el año 2015 Martínez Celaya, nacido a 90 km de La Habana en 1964, inauguró la muestra Empires: Sea & Empires: Land. Esta expo, compuesta de impresionantes instalaciones y pinturas de gran formato, constituyó el debut con la galería Jack Shainman.
Mar-tierra; tierra-mar es un juego infantil consistente en saltar de un “imperio” a otro (o quedarse en el mismo) cuando la voz de otro jugador lo indique. Ese trasiego, del vaivén marino al ancla terrenal, de lo insondable a lo finito y de la certeza al misterio, que parece tan demarcado se funde en toda la obra de Celaya en calidad de tratado metafísico de la existencia humana.

Cortesía de Jack Shainman Gallery.
Martínez Celaya creció en España y Puerto Rico y ha vivido en varias ciudades de los Estados Unidos. Allí, me escribe, realiza “el primer despliegue de concientización del pasado como depósito de esperanzas y sueños, “así como la inevitabilidad de las aspiraciones no realizadas”.
The prodigal son (pintura) y El caminante (instalación) son dos piezas de la muestra Empires: Sea & Empires: Land que cito, pues contienen dos elementos visibles en su trayectoria artística: la casa, dibujada siempre con el mismo diseño arquitectónico, y la maleta. La estancia y el viaje. El stay nomad como sustancia de su y nuestras vidas. El hogar provisional, la casa que vuela.

Cortesía de Jack Shainman Gallery.
Enrique Martínez Celaya es el último hijo de Leonardo: Doctor en Física, artista, profesor y escritor, en él se plantan, como en la gimnasia griega y la cultura samurái, la virtud y la genialidad. El sueño moderno se completa y se deshace con él: hombre total renacentista y hombre de identidad fracturada. Esta es una condición que siempre llevará consigo. Sus primeros dibujos, de cuando tenía doce años, fueron un intento consciente, dice, de otorgarle sentido a la vida.
Ahora, en 2017, volvió a la galería Jack Shainman con pinturas de varios formatos, reunidas bajo el título The Gypsy Camp. Como en toda su obra, Celaya activa el tópico de la pérdida y el desarraigo, de la tristeza y la melancolía, no como meros atributos de la existencia sino como la existencia misma. [Vea la entrevista de Cuban Art News con el artista sobre la muestra.]

Cortesía de Jack Shainman Gallery.
Uno de sus mentores intelectuales, Arthur Schopenhauer, es tajante en El mundo como voluntad y representación:
“Todo ser (…) lleva sobre sí la carga de la existencia en general (…) en un mundo tal como el que vemos, gobernado por la contingencia y el error, finito y efímero y creado para el dolor (…). Si se quiere saber lo que vale el hombre moralmente considerado en su conjunto no hay sino considerar su destino también en general. Tal destino no es más que necesidad, miseria, dolor, tormento y muerte”.
Filosas y desgarradoras, estas líneas del alemán encuentran un terreno fértil en la biografía de Celaya (y en la de nosotros también, sólo que no lo sabemos), atravesando su obra de comienzo a fin. Cuando estamos frente a ella el impacto no proviene del alarde de una pintura o escultura que se desmarca de la disciplina académica sino por su capacidad para estrujar el alma. Esas pinturas, que levitan sobre toda realidad, que son pinturas suspendidas e inmoldeables, precisamente porque no pretenden representar son el retrato de nuestro mundo moral. (El arquetipo juega su papel clave). De ahí su impacto y su condición entrañable.

Cortesía de Jack Shainman Gallery.
Celaya es uno de los pocos artistas que ha escapado del correlato, de “la convicción de la escena” y precisamente porque su obra es desinteresada en el sentido de que está desprovista de ego y devela el carácter ilusorio de lo individual, encarna en cada uno de nosotros. Nos golpea puesto que el sufrimiento y el dolor son universales, los padecemos y nos trascienden. En una de sus obras más bellas, dramática y compilatoria, el cazador sufre o participa del sufrimiento del otro, el ave en este caso. Cazador cazado. The Hunter es un tratado sobre la compasión.

Cortesía de Jack Shainman Gallery.
Este prescindir de lo fenoménico o esa ilegibilidad de lo real en su obra plantea una condición nueva referida a la cualidad de lo abstracto. Descorrer el velo de maya, ir más allá de un espacio y tiempo puntual y referencial (Malevich halló algo parecido), aunque sus obras sean figurativas, paradójicamente contienen a la abstracción como principio, así como al wabi sabi -esa noción japonesa que se refiere a lo inacabado e inconcluso, a lo insignificante y evanescente. El artista está tan lleno de referentes que su arte carece de ellos y paradójicamente los contiene.
Sobre otro de los “temas” esenciales de su poética, Celaya explica: “El hablar sobre ‘arrepentimiento’ es otra iteración de mi interés en las emociones complejas que son generadas por el pasado; la ‘nostalgia’ es otra. El arrepentimiento es la tendencia a considerar el pasado como un lugar donde refugiarse – ya sea a través del luto por cuestiones de fracaso, malas decisiones, o nuestras vulnerabilidades y debilidades.”

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“Mucho de lo que mi trabajo más reciente busca es entender las emociones relacionadas a los proyectos inconclusos, caminos no seguidos, y conforme la muerte parece acercarse, aprender a ser humildes. La inevitabilidad del arrepentimiento, aun mientras tenemos que seguir caminando hacia el futuro -que conforme he ido envejeciendo- parece ser algo menos claro para mí.”
Esas escenas de la inmensidad, desterritorializadas, digamos que perdidas, de atmósferas gélidas y desoladas, como salidas de Doctor Zhivago, nos hacen pensar en un arte de la sospecha y contienen la tensión más legítima a la que se puede aspirar: la pugna entre el libre albedrío y el determinismo, entre el destino manifiesto y la emancipación que supone el gesto artístico.

Cortesía de Jack Shainman Gallery.