Un imágen por «Grandal» (Ramón Martínez) de la edición de La Ciudad de las Columnas de 1982.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

Cada mes de Noviembre, La Fototeca de Cuba organiza el evento Noviembre Fotográfico. Concebido para numerosas salas de exposiciones de la ciudad, donde participan fotógrafos cubanos e internacionales, Noviembre Fotográfico arriba este año a su décima edición, y desea ser una gran fiesta de la imagen cubana.

Con tal propósito, Cuban Art News publica una serie de artículos diversos vinculados a la fotografía cubana, a sus creadores históricos, a los emergentes, y a la imagen como registro cultural. El primero es un texto del curador Abelardo Mena, editor de Cuban Art News en La Habana, dedicado a Ramón Martínez (Grandal) y su libro de 1982 “La Ciudad de las Columnas”. Un libro incunable donde sus imágenes en blanco y negro dialogaron con el ensayo homónimo del novelista cubano Alejo Carpentier.

Un imágen por «Grandal» (Ramón Martínez) de la edición de La Ciudad de las Columnas de 1982.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

I. Urbis et Orbi

La Habana de 1982 era una fiesta: una calma jubilosa había reemplazado las tensas jornadas de los eventos migratorios del Mariel. Surgían nuevos hábitos de consumo cultural: los Sábados de la Plaza (de la Catedral) redescubren el valor del trabajo artesanal por cuenta  propia, renace cada Noviembre la caminata alrededor del Templete, abre con digestiva resonancia el Mercado Centro (en la otrora sede de la tienda SEARS), y la revista Opina – publicación del Instituto de la Demanda Interna- no sólo celebra un premio «de la Popularidad» sino publica inéditos anuncios clasificados de permutas y ventas.

En las Artes Visuales, los baby boomers de la Revolución producen un arte nuevo sin pedir permiso. Su icono será la exposición Volumen Uno, start up de un despliegue cultural-generacional  que hacia fines de la década cambiará decisivamente el rostro de la isla. Artistas como Gustavo Pérez Monzón, Tomás Sánchez, Leandro Soto, Elso Padilla, Flavio Garciandía, proyectos de expansión social como Arte en la Fábrica, Telarte (que vistió a toda Cuba) y Hexágono, e instituciones culturales: Centro  Wifredo Lam (1983), el Instituto Superior de Arte y la Bienal de la Habana (1984) nutrirán de manera intensa la renovación del paradigma cultural.

De París llega entonces un reconocimiento singular. La Convención de Patrimonio Mundial, Cultural y Natural (UNESCO) acuerda por unanimidad declarar a La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones coloniales, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es un espaldarazo, pero sin dudas también un desafío para los gestores, investigadores, arqueólogos, restauradores, arquitectos, historiadores y funcionarios que desde el Palacio de los Capitanes Generales, las bóvedas del Castillo de la Fuerza o la concurrida Plaza de la Catedral trabajan (y sueñan) por una Habana Vieja reivindicada, re-insertada en la contemporaneidad.

Un imágen por «Grandal» (Ramón Martínez) de la edición de La Ciudad de las Columnas de 1982.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

Ellos reconocen la innegable pérdida de valor del centro histórico, ciertamente abandonado por las políticas constructivas oficiales desde la República. Pero encarnan una corriente cultural – nutrida aún por caminos diversos- que propone su rehabilitación y puesta en valor más allá de la noción de «monumento» enunciado por la Carta de Venecia (1964). Lo que intentan revertir no es sólo el deterioro evidente del tejido urbano, también la pérdida de identidad local de sus habitantes, y proponen estimular el resurgimiento de aquellas tecnologías y oficios “pre-industriales”, imprescindibles para el mantenimiento de un espacio multi-estilístico como La Habana Vieja.

Si la Resolución no. 450 de Diciembre 11 de 1967, había convertido al Palacio de los Capitanes Generales en el baluarte inicial de la recuperación de la historias del territorio, en 1981 el estado cubano asignaba un presupuesto exclusivo para la rehabilitación y restauración del Centro Histórico. El primer Plan Quinquenal de Restauración nacía bajo la dirección de la Oficina del Historiador, e identificaba a ésta como la entidad coordinadora del proceso de rehabilitación.

La distinción de la UNESCO (y los fondos que le acompañaron) anotó sin dudas una victoria más para la voluntad «preservacionista». Pero la confrontación será implacable frente a una lógica histórico-social hegemónica, mainstream, que concibe el pasado como mera arqueología, presto a ser dinamitado por una revolución «tout avantgarde» sin deudas previas.

La base de este discurso darwinista es el culto a una modernidad que pro-norteamericana o pro-soviética, sostuvo conceptualmente no sólo el Plan de ordenamiento urbano (1956) concebido por el urbanista catalán José Luis Sert, sino también el espíritu constructivo oficial, que proyecta en la década de los 70 una Habana de anchas vías como la avenida Kalinin de Moscú, sombreada por rascacielos de diseño yugoeslavo, hechos en moldes de prefabricado barato. Es un discurso rotundo que sustituye la esencia cultural de la Arquitectura y el Urbanismo por la lógica simple del bulldozer y la bola de acero.

Sin embargo, el definitivo cruce del Rubicón en el proceso de rehabilitación del casco histórico comenzará once años después. Durante una noche del Período Especial: el 30 de Octubre de 1993, Fidel Castro -a nombre del Consejo de Estado de la República de Cuba- y Eusebio Leal firman de conjunto el Decreto-Ley no. 143. Visionario como en otras ocasiones, Fidel selló la ocasión con una frase bíblica: «No me devuelvas el dinero, multiplícalo». El documento no sólo ampliaba el marco de autoridad y la personalidad jurídica de la Oficina del Historiador de la Ciudad sino declara al Centro Histórico, Zona Priorizada para la Conservación. Y respalda con fondos propios esta empresa de carácter social.

Paradójicamente, desde la tradición se iniciará finalmente el proyecto más innovador, integral, duradero y resonante del Urbanismo post-revolucionario cubano. La Oficina del Historiador deviene la incubadora de proyectos capaz de generar una revolución conceptual (de perfil internacional) en las estrategias de gestión de centros urbanos.

La Plaza Vieja en La Habana Vieja, restorado por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Cortesía de Wikipedia.

El surgimiento de la compañía Habaguanex en el año 2004, spin off de este decreto, otorgará el despliegue económico necesario para la sustentabilidad del proyecto, en una combinación precisa de rentabilidad, autonomía empresarial y destino social que no ha sido aún justipreciada por la ciencia económica ni por el repertorio al uso de buenas prácticas de gobernabilidad.

Sobre este mosaico de tendencias, protagonistas y eventos, emerge la edición habanera de La Ciudad de las Columnas.

II. La Imagen

Cuando el editor Radamés Giró recibe el encargo de publicar el ensayo «La Ciudad de las Columnas», el escritor y novelista cubano Alejo Carpentier (La Habana 1904-1980) ha fallecido dos años atrás. Y dieciocho años lo separan de la primera publicación del ensayo en  1964, contenido en el tomo «Tientos y Diferencias», impreso en México tras la novela «El Siglo de las Luces».

Intelectual afín como pocos a los medios masivos de comunicación del siglo XX, la imagen ha inspirado este ensayo de Carpentier. «La Ciudad…» había sido escrita en 1963 como texto de presentación de la muestra «110 fotos de la Arquitectura cubana: Ambiente Cubano», expuesta por el fotógrafo italiano-venezolano Paolo Gasparini (Gorizia Italia 1934) en el espacio Galería Habana. Aupado como siempre por dos formidables musas espacio-temporales: la Arquitectura y la Música, el texto breve de Alejo desafía su mera función introductoria y permanece hasta hoy como el más preciso discurso deconstructivo sobre la arquitectura habanera, el «funcionalismo» de raigambre popular y nuestro peculiar barroco.

Gasparini integró las huestes de los fotógrafos viajeros que arribaron para descubrir el rostro de un país en Revolución. Había coincidido con Alejo en la Caracas renovadora del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, y en 1961 se desplaza a La Habana, donde permanece hasta 1965 como fotógrafo del periódico Revolución, y del Consejo Nacional de Cultura (CNC). Su «etapa cubana» le reporta ciertamente varias exposiciones donde registra un país en transformación y sus ambientes: «Acento y tradición de la arquitectura cubana» (1963 Consejo Nacional de la Cultura, La Habana) «Cuba: arquitectura cubana en la fotografía» (1964 Palacio de la Cultura y de la Ciencia, La Habana), entre otras.

Un imágen por Paolo Gasparini para la edición de La Ciudad de las Columnas publicado en Barcelona en 1970.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

En 1970, mientras en Cuba el pueblo decide a pie de surco el éxito de la «Zafra de los Diez Millones», las imágenes de Gasparini y el texto de Carpentier se abrazan en un libro de 120 páginas, publicado por la Editorial Lumen de Barcelona. También en el propio año, otro escritor cubano: el poeta y novelista José Lezama Lima, concluirá el prólogo para “Temporada en el Ingenio”, un dilatado reportaje fotográfico hecho por el cubano “Chinolope” a instancias de “Che” Guevara”.

«Grandal» (Ramón Martínez), Autoretrato con Leica.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

Para el tomo de 1982, Giró y el diseñador Roberto Medina (quien ha diseñado previamente otros libros de Alejo) escogen una cubierta de tapa dura con solapas, similar a la edición de la novela «Concierto Barroco». Y seleccionan – en contrapunto al texto de Alejo- cuarenta imágenes tomadas por el fotógrafo cubano Ramón Martínez, «Grandal» (La Habana 1950).

A los 32 años, «Grandal» goza ya de reconocimiento en el circuito de la imagen insular gracias al ensayo fotográfico «La imagen constante». Compuesta por 45 fotos tomadas a lo largo y ancho de Cuba entre los años 1973-1977, la serie registra acuciosamente las múltiples imágenes del héroe nacional José Martí que inundan paredes, anuncios políticos, vitrinas de tiendas, centros de trabajo y plazas públicas. En la década de los años 60, el conocido pintor Raúl Martínez había catapultado la imagen del héroe desde el graffiti popular hasta la obra de estudio, «La Imagen Constante» devolvía el mito de Martí a sus contextos populares.

«Grandal» (Ramón Martínez), de la serie La Imágen Constante, 1973–77.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

Mostrada parcialmente en 1974 (III Salón Juvenil Nacional de Artes Plásticas) y en las páginas de revistas culturales como Revolución y Cultura, en el propio 1982 «La imagen Constante» es exhibida, por primera vez como conjunto, en una muestra individual celebrada en la Biblioteca Nacional “José Martí”; será seleccionada junto a otros ensayos como “Cubanos de Acero», de Iván Cañas y “Mi barrio» de Tito Álvarez” para el Premio de Fotografía Cubana convocado en el mismo año por el Ministerio de Cultura; y participa en la exposición colectiva de Fotografía Latinoamericana Contemporánea, celebrada en el Museo George Pompidou de París.

El novelista Alejo Carpentier en 1975, en una foto por «Grandal» (Ramón Martínez).
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

A «Grandal» no le era ajena la figura y creación de Alejo Carpentier: en La Habana de los años 60-70 artistas visuales y escritores se mezclaban creativamente. Y por encargo de «Revolución y Cultura» -la más importante y dinámica revista cultural de la etapa, cuyo staff integraba junto a otros artistas del lente como Mayra A. Martínez y Gilda Pérez- documentaba numerosos eventos relacionados con la literatura y el mundo editorial del momento.

Simultáneamente, con mayor nivel de libertad autoral, compiló para las cubiertas y páginas interiores del mensuario una verdadera galería de retratos de personalidades artísticas de Cuba, y de América Latina. Rostros de escritores como el propio Carpentier, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Thiago de Melo, Ernesto Cardenal, se sumaron a bisoños creadores del arte cubano: Flavio Garciandía, Zaida del Río, José Bedia, Tomás Sánchez, Sandra Ceballos, Roberto Fabelo, Israel León, Juan Moreira, junto a consagrados como Wifredo Lam y Ernesto González Puig.

La visión fotográfica de «Grandal» se aparta del periodismo gráfico al uso. Si las publicaciones periódicas demandan imágenes obvias de «lo real» -casi siempre con fines propagandísticos- él es decidido buscador de metáforas visuales, un creador de atmósferas exquisito en las composiciones y partidario decisivo de la riqueza tonal del blanco/negro, aportada por la cámara Leica y los misterios del “cuarto oscuro”. Las fotos de «Grandal» no capturan «el momento decisivo» anunciado por Cartier Bresson, sino la ambiguedad sígnica de lo real.

Un imágen por «Grandal» (Ramón Martínez) de la edición de La Ciudad de las Columnas de 1982.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

Para «La Ciudad de las Columnas» que edita Letras Cubanas, “Grandal” aporta una visualidad diferente en torno al texto carpenteriano. Gasparini había registrado planos exteriores de la ciudad, en busca de un “color local” que incluye personas en acciones cotidianas. Sin embargo, el fotógrafo cubano mantiene una cerrada fidelidad a la función deconstructiva del texto y excluye plazas o caminantes casuales, las figuras humanas son escasas, apenas leves sombras que se deslizan.

Logra así documentar de manera racional, sin distracciones – como los alemanes Bernd y Hilla Becher en sus fotos de fábricas- un repertorio de los elementos arquitectónicos funcionales, low tech cubano, descritos por Alejo. Vitrales, rejas, guardacantones, mamparas, portales, balcones, columnas, balaustradas, contienen y matizan la luz, separan del espacio exterior, delimitan privacidades, al tiempo que –gracias al artesano industrioso- han alcanzado la persistencia reservada a los iconos de la cubanidad.

Un imágen por «Grandal» (Ramón Martínez) de la edición de La Ciudad de las Columnas de 1982.
Cortesía de «Grandal» (Ramón Martínez)

Sin embargo, para “Grandal” nombrar estos elementos no deviene ejercicio reiterativo. Maestro tenaz del “cuarto oscuro” en los tiempos duros de la plata/gelatina, desde la economía expresiva del blanco/negro el fotógrafo otorga a las placas un matiz dramático, casi barroco, que lo apartará premonitoriamente de la postal turística en que La Habana Vieja parece transmutada gracias a los selfies de Kim Kardashián, y la retórica exotista de National Geographic.

“La Ciudad de las Columnas” publicado en La Habana de 1982 es ya un libro incunable. No sólo porque es imposible descubrirlo incólume entre los estantes de los libreros “all for sale” de una Plaza de Armas asediada por turistas extranjeros. Sino también por el concepto editorial audaz, que dio licencia un joven fotógrafo para reinterpretar un texto del más importante novelista de la isla.