Rafael Quenditt Morales con su obra Resurección, 2013 en la exposición Drapetomanía intstalado en la Galería Cooper de Harvard University en 2015.
Cortesía de Alejandro de la Fuente

Alejandro de la Fuente, profesor a la Harvard University y curador de la muestra Drapetomanía: Exposición Homenaje a Grupo Antillano rinde un homenaje conmovedor al escultor Rafael Queneditt Morales y su contribución a la cultura cubana.

Escribo para decir que no es verdad. Para desmentir tajantemente el rumor absurdo de que Rafael Queneditt Morales, el gran escultor, grabador y promotor cultural, figura cimera de la cultura afrocubana, falleció en la Habana el 2 de enero de 2016. Queneditt no ha muerto. En unión de los ancestros, continua ahora su labor sostenida de estudiar, producir y difundir lo que él siempre imaginó como una cultura cubana auténtica, una cultura anclada en los saberes, el sudor y el dolor de África y de sus hijas e hijos, una cultura nacida de latigazos y fusiones antillanas.

Ni siquiera me consta que haya cambiado de escenarios: Queneditt vivió siempre en una comunión tan íntima, personal y cotidiana con los ancestros, que probablemente no ha experimentado tránsito o cambio alguno. Ellos siempre estuvieron juntos. Sé esto porque él me lo dijo muchas veces, y lo hizo delante de sus Santos. Quien tuvo el privilegio de visitar su semiderruida casita, modesta y mística, en el popular barrio de Cayo Hueso, sabe de lo que estoy hablando. Frente a los Santos no se miente.

Nacido en 1942, Queneditt se graduó de la Academia de San Alejandro en 1970, con especialidad en escultura. Por entonces ya había comenzado a exponer y en 1970 participó en el famoso Salón 70 en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde presentó trabajos en las categorías de escultura, grabado y dibujo. Entre 1969 y 1972 Queneditt participó en dieciséis exposiciones diferentes, ocho de ellas muestras personales en la Isla de la Juventud, Matanzas, Camagüey y la Habana.

El trabajo del joven artista era una celebración entusiasta de la cultura afrocubana en general y de la espiritualidad afrocubana en particular. El joven Queneditt inició un viaje fantástico de aprendizaje y descubrimiento que frecuentemente resultó en representaciones personalísimas de las deidades y rituales de la religiosidad afrocubana.

Utilizando un lenguaje visual contemporáneo marcado por estilizadas abstracciones geométricas, el arte de Queneditt estaba también marcado por el uso de técnicas tradicionales de tallado en madera, grabado y el trabajo en metal.

Esta tensión entre la tradicionalidad, marcada por cierto sabor decorativo y el arte, en el sentido contemporáneo del término, informó toda su carrera, produciendo con frecuencia resultados excepcionales. De esta época son algunas de sus obras más memorables, incluyendo esculturas como Fauna (1971) y El Salto (1973), inspirado en la leyenda de Tánze, el pez sagrado de lo Abakua.

La celebración de la espiritualidad y de las religiones afrocubanas eventualmente afectarían su carrera, sin embargo. En el trienio 1973-1975, durante el llamado Quinquenio Gris caracterizado por el dogmatismo, la censura, el agnosticismo y por una concepción estalinista de la cultura, Queneditt pudo exhibir solamente dos veces—y una de ellas fue una modesta exposición personal en el vestíbulo del Ministerio de Comercio Exterior.

Las condiciones mejoraron después de 1976, no sólo porque con la creación del Ministerio de Cultura la creación artística recuperó un mínimo de autonomía, sino también porque, al crecer la influencia cubana en África y el Caribe, el arte de artistas como Queneditt recibió cierto grado de apoyo oficial.

Fue en este contexto que Queneditt creó la que podría ser su contribución más importante: el colectivo Grupo Antillano (1978–1983). Antillano se convirtió en una plataforma para la promoción del arte afrocubano que congregó a un distinguido grupo de artistas visuales, intelectuales, escritores y músicos seriamente interesados en la cultura afrocubana.

Las actividades del grupo trascendieron las artes visuales, hasta constituir un formidable movimiento cultural afrocubano, un movimiento que no podía ser encapsulado fácilmente en los discursos tradicionales de folklore y «raíces» culturales. Para Grupo Antillano, las expresiones culturales afrocaribeñas eran la cultura de Cuba, una cultura con un rico pasado, desde luego, pero también con un futuro brillante.

Ha sido un privilegio haber jugado un papel modesto en ese futuro. Junto a Queneditt, a Guillermina Ramos Cruz, a Alberto Lescay y a muchos otros, hemos trabajado para dar a Grupo Antillano el reconocimiento que merece a través de la exposición Drapetomania y del libro Grupo Antillano: el arte de Afro-Cuba. Queneditt lloró lágrimas de alegría cuando vio el libro, que es un homenaje a una vida de amor y de trabajo. Una vida bien vivida. Estoy hablando en tiempo presente.

Le ofrecí el volumen en su casa. Encendió un cigarrillo, tosió, tomó un sorbo de cafecito y miró atentamente a través del libro, saboreando cada página.

Después, como era de esperar, se dio la vuelta y ofreció el libro a sus Santos.

Rafael Queneditt, Mural Abakuá (secciones), Café Cantante, Teatro Nacional de Cuba, 1979
Cortesía de Alejandro de la Fuente
Rafael Queneditt, Mural Abakuá (secciones), Café Cantante, Teatro Nacional de Cuba, 1979
Cortesía de Alejandro de la Fuente
Rafael Queneditt, Mural Abakuá (secciones), Café Cantante, Teatro Nacional de Cuba, 1979
Cortesía de Alejandro de la Fuente