
Cortesía de Latin Art Core Gallery
Es una mañana apacible en la calle 8, en Little Havana. No se puede pedir mejor interlocutor: el artista cubano Pedro Pablo Oliva comparte con Cuban Art News acerca de su creación. Su más reciente muestra personal permanece abierta en Latin Art Core Gallery, en Miami.
Desde los comienzos, tu obra se ha perfilado como una fábula a través el universo pictórico, con cuadros donde domina un sentido anecdótico con personajes imaginarios que encarnan una historia no exenta de humor y marcado carácter moral.
Desde el inicio de mi carrera me propuse, sin querer, dejar constancia de mi vida, del momento de mi época y de la vida social que me rodea, del mundo en que vivo, de sus contradicciones, de su alegría, de sus tristezas. Toda mi obra es una gran fábula o pequeñas fábulas que se entremezclan en esa gran fábula que es la realidad cubana.
En tu creación se sostiene un aliento que ha animado el arte cubano: la misma pasión y sensibilidad por lo cotidiano. ¿Cómo concibes el acto creador?
La creación es un gran misterio. Incluso para el creador que se entera al final de cómo llego ese hilo conductor a concretizarse en la obra. Hago muchos bocetos, proceso el trabajo una y otra vez, pero también le dejo margen: soy más libre, más espontáneo. Esas obras serán, eventualmente, parte de una obra mayor.
Para las obras más serias, casi siempre las grandes, hago un proceso de estudio, de diseño, boceto de la composición de la obra, búsqueda de imagen. Es un proceso muy meticuloso.

Cortesía de Latin Art Core Gallery
¿Con que figuras sientes que se emparenta tu propuesta?
Tengo que admitir que uno no sólo se inspira por un solo artista. Detrás de mí hay demasiada gente influyendo, al punto de yo desaparecer. Esta Antonia, Antonia Eiriz, inevitable dentro de la plástica cubana y mis referencias, Eduardo Abela, Marc Chagal. Más recientemente, Gustav Klimt, y toda la obra simbólica.
Pero es un proceso espontáneo. No me propongo salir en busca de una cubanía. Es algo que se mete en el cuerpo del creador, en la sangre. Pertenezco a una generación que se gradúo en los años 70, Nelson Domínguez, Flora Font, Eduardo Roca (Chocolate), que nos planteamos como objetivo teórico mantener cierta tradición de lo que pudiéramos llamar la cubanía dentro de la expresión artística.
Nelson Domínguez terminó con una influencia muy fuerte de Wifredo Lam, yo con una fuerte influencia de Eduardo Abela, que permanece todavía en mi obra y, por supuesto, de todos los humoristas cubanos y la presencia inevitable de una mujer tan maravillosa como Antonia Eiriz.
Mi visión estuvo más dirigida a una visión crítica de la sociedad dentro de la cubanía, que al placer del color – como pudiera ser Flora Font o Zaida del Rio. Dirigí mis pasos al análisis crítico de la sociedad dentro de las vivencias de la sociedad cubana.
El mundo de la infancia es como un puente magnífico que nos abre mundos imaginarios en tus lienzos para traernos de regreso a una mirada transfigurada de la realidad cubana, de sus encantos y desvaríos. Es un mundo de ensoñación que parece reafirmarse por esa manía de tus personajes de cerrar los ojos.
Preguntas por qué le cierro los ojos a mis personajes. ¡Eso quisiera saber yo! Pero así cobran una sensación de ternura. Uno está habituado cuando se encuentra con una persona a mirarle los ojos. Trato de evitar que los ojos del espectador se queden atrapados en los ojos de los personajes y de empujarlos a navegar el contexto. Los ojos distraen mucho.
Es un misterio para mi la causa del por qué les cierro los ojos a mis personajes. Otras veces, de roña, se los abro. Porque digo: ¡Basta ya! Pero, de nuevo, los ojos se vuelven a cerrar. No soy yo quien los cierra. Tal vez es la ternura, porque al final somos niños.

Cortesía de Latin Art Core Gallery
Al final yo arrastro una infancia que no sé de donde viene, o si. Debe ser del trauma de la muerte de mi padre cuando yo tenía seis años de edad. Tal vez es mi deseo inconsciente de quedarme allí, atrapado en ese momento de la infancia. Tal vez es una fuga. Tal vez huyo, o no. No lo sé. Nunca he salido de la infancia, lo cual es lindo.
Haz mencionado a Antonia Eiriz, y como ella, también tú te has entregado a la labor de irradiación de la cultura desde la comunidad. Háblame un poco de la casa-taller.
Desde el principio –allí nacieron mis hijos- tome conciencia de que el contexto necesitaba un espacio culturalmente diferente. Veía cuantas limitaciones tenían los estudiantes y artistas plásticos, de la necesidad que tenían de tener una información mucho más vasta del mundo del arte. Y me lancé a crear la casa-taller. Yo quería tener, como quien dice, una casa de la cultura independiente.
No hubo ningún inconveniente en abrir la casa taller. Pero, luego, ya sabes, viene la parte ideológica. Yo trato de crear un espacio de libre pensamiento y de libre información. Sin limitaciones de ningún tipo, ningún tipo de censura.
Pero me di cuenta que el artista, en definitiva, no vive sólo de la información visual, sino de la filosofía, la literatura y toda una serie de expresiones del ser humano que no tienen que ver sólo directamente con la imagen plástica y allí comenzó el problema. Teníamos literatura de todo tipo, incluso alguna prohibida por el gobierno. Estaba prohibido que circulara la obra de Cabrera Infante o de Zoe Valdés porque se había quedado fuera, o la de Heberto Padilla, tradicionalmente muy cuestionada, y filosofía de cualquier orden.
Me interesaba que en el contexto de la provincia la gente empezara a pensar, a pensar de modos diferentes, que vieran caminos y no sólo un camino. Eso no cayó muy bien. Comenzamos a ser cuestionados, muy cuestionados.
La casa tenía un espacio de cine muy bueno, Pinar del Rio no tenía cinemateca y eso era vital, pero de nada vale. Siempre lo que se hace queda pero no hubo una valoración justa del papel que jugó la casa. No me dijeron que la cerrara pero me dijeron:“el espacio cultural que abriste ya no cumple la función para lo que fue abierta” y eso implicaba el cierre. Lo lamento mucho, porque era un espacio de irradiación cultural de la provincia. Lo siento mucho.
Tu obra participa de una interesante dualidad. Es la construcción del mito de lo cotidiano y desmitificación de esferas sacralizadas de nuestra existencia.
Donde más se expresa esa dualidad que dices es en la serie del Gran abuelo, dedicada a Fidel. Traté de expresar a ese hombre, no el de las tribunas y los discursos, sino el hombre común que llega a su casa y se pone un pijamas y acaricia a su perro o a su gato. Todavía a esta altura no sé si le gustan los perros o los gatos.
Quería bajarlo un poco de la tribuna, humanizarlo, verlo desde lo cotidiano. Eso también me trajo problemas porque parece que se quiere mantener esa dimensión heroica, lejos de lo cotidiano. En un momento, recuerdo que lo puse en el muro del malecón, enamorando a una muchacha desnuda y él vestido de comandante. Hay obras que no han podido ser expuestas nunca.
También otra dualidad alimenta tu obra: El héroe y el antihéroe. Muchas veces tus personajes son como el héroe clásico griego, víctima de circunstancias que lo sobrepasan, limitados por su condición humana.
El humano necesita ver al hombre cotidiano, el hombre que besa, que camina con los hijos cogidos de la mano y esa dimensión humana nos permite incluso entender el error en tanto humano. Hay otra figura que está también muy presente en mi obra y es Martí. Pintar a Martí, para mí, era un obsesión: un poco una deuda histórica heredada [el abuelo de Pedro Pablo Oliva, alistado en el ejército español, estuvo directamente relacionado con la muerte del Apóstol en Dos Rios]. Sentía que tenía una historia de gratitud ante este figura irrepetible dentro de la historia del país. Poeta, patriota, humano, apasionado.

Cortesía de Latin Art Core Gallery
El choteo es ese rasgo agridulce del cubano de hacer mofa de las situaciones más adversas. Uno de los rasgo más típicos de la cultura contemporánea a nivel global es el sentido de distopía: ese descreimiento en la realización de la utopía. Un desencanto contemporáneo queestá muy presente en tu obra, matizado, sin embargo, por un profundo sentido humanista.
El desencanto parece ser un signo contemporáneo. En mis obras siento que aún cuando esté la crisis, hay profunda confianza y humanismo. Si no fuera así, tendríamos que suicidarnos. Recuerda que la esperanza es el futuro. El ser humano siempre va a luchar por vivir mejor, en términos espirituales y materiales.
Después de los conflictos en Pinar del Rio, ha aparecido en mi obra un personaje que se llama Utopito. Él encarna la utopía misma, pero a la vez es el desencanto. Utopito vive en una gran contradicción. Es la contradicción en que ha vivido el pueblo cubano, de proyectos hoy que después fracasan. Y de nuevo vuelven a aparecer otros y vuelven a fracasar.
Utopito es un soñador, es un pinareño, un cubano lleno de contradicciones, que cree en un momento determinando en la sociedad, en el proyecto social, pero otras veces no cree. Se llena de contradicciones, se burla, sufre, ironiza. Es un personaje muy parecido al Salomón de Chago o al Bobo de Abela. Es el personaje que hoy, constituye, prácticamente, el centro de mi universo artístico.
Tiendo a separar las cosas. Aquí, por ejemplo -apunta Pedro Pablo a las obras que conforman la muestra ahora expuesta en Latin Art Core, estas obras son parte de una serie que yo llamo “pequeñas cosas”. Es una suerte de descarga. Muchas veces parten de rostros de muchachas que amé. Pero el centro de mi obra hoy, vuelvo y te digo, es Utopito, contradictorio, esperanzador a ratos; amargo, oscuro –por cierto, la mayoría de las obras de esa serie son negras.
Ahora termino la exposición de Utopito. La idea es que se exponga primero en Pinar del Rio -si se puede. Luego, quisiera que se exponga en La Habana y después aquí. Vamos a ver, Utopito es un poco irreverente, eso se lo agradezco a Antonia.Vamos a ver qué le depara el futuro a Utopito. Ojalá pueda hacer toda esta travesía, porque, ya sabes, depende de muchas cosas, también de que le den la visa.
Pedro Pablo ha dejado un trabajo inconcluso de fundición para regalarnos la entrevista y se apresura para ir de regreso al taller. Ya en la puerta de la galería, se vira una ultima vez y me dice“Una última cosa, muchacha: No pierdas la ternura”.