
“Muchachas, aprendan con la boca para después llevar a los pies. Y uno, dos, tres, ta tatá qui qui qui tá!”. Sobre cualquier escenario, las doce bailarinas de Habana Compás Dance (HCD) recordarán estas sugerencias del director musical Eduardo Córdova al asumir las creaciones coreográficas de Liliet Rivera. Baquetas, chancletas, sillas, claves, castañuelas, tacones, chequerés, tocados por las propias artistas, complementan las contorsiones contemporáneas, ademanes del flamenco y rutinas del folklore cubano. La danzante más joven del grupo tiene apenas 20 años y la mayor 24.
“En una foto ideal de la compañía no tendríamos puesto vestidos, sino pantalones monos, algo moderno, y no podría faltar un tambor”, piensa en voz alta Ileana Díaz minutos antes de otro ensayo. “Habría baquetas y sillas”, aportan Grettel Llorente y Mónica Díaz, también ataviadas con leotares y pantalonetas negras.
Ocho años de vida y la amistad dicta el movimiento de la compañía como el primer día, aunque ahora tenga nuevos rostros y un estilo más diverso. “Lo que mueve a HCD es la unidad. Si no llega a ser por la relaciones que tenemos entre nosotras se hubiera desintegrado”, murmura la coreógrafa y directora a la que nadie llama maestra sino Liliet.
Le constan estas razones, las muchachas no ponen reparos para transportarse por sus propios medios cada día, y hace poco estuvieron dos meses sin cobrar un salario—del que a menudo extraen una parte para construir los vestuarios. Tampoco faltan un solo día a las clases y ensayos que desde hace unos meses ocurren—gracias a una amistad—en el Centro Prodanza, ubicado en el habanero municipio de Marianao.
La carencia de una sede propia impide de momento la realización de los talleres infantiles, muy importantes para la manutención de una compañía no presupuestada por el Estado. Antes, cuando radicaban en la Sociedad Estudiantil Concepción Arenal, lograron una matrícula aproximada de 300 niños de 5 a 14 años de edad, a los cuales impartían clases de danza y percusión.
“Poco a poco se irán abriendo las grandes alamedas y saldremos adelante”, confía Liliet, ansiosa por brindar a sus compañeras un local más cómodo y un bienestar económico que las ayude a desarrollarse también como seres humanos. Algunas terminaron la universidad, otras el preuniversitario o técnicos medios en carreras como informática y contabilidad, y varias continúan estudios en el escaso tiempo libre para alcanzar el nivel universitario. El ritmo es ciertamente agitado: Habana Compás Dance les impone clases de ballet y preparación física los lunes, miércoles y viernes, danza contemporánea y folklore los martes y jueves, siempre en las mañanas. Después del almuerzo vienen los ensayos.
“Al menos hacemos lo que nos gusta. Mientras más aprendamos; más vamos a fusionar. A la hora de montar, Liliet lo mezcla todo” explica Ileana mientras la música del adagio del pas de deux de Corsariodesciende del piso superior, y unos vecinos revuelven fichas de dominó en algún escenario aledaño. Ajenas a los sonidos ambientes, las bailarinas comentan sobre el más reciente curso que les permitió descubrir el joropo, un género tradicional de Venezuela y Colombia que ahora se sienten capaces de bailar y tocar. Según Liliet, el amplio espectro del entrenamiento le ha permitido como coreógrafa montar desde una pieza con jazz hasta introducir elementos de acrobacia, algo que hace diez años ninguna podía ejecutar.
“Trabaja, trabaja y trabaja, siempre les digo eso, porque contra el trabajo nadie puede”, asevera la joven directora. La respuesta del público en Cuba y el extranjero le confirma que han ido por buen camino: ya en la calle identifican a HCD como las bellas bailarinas de las baquetas y las sillas percutivas.
Liliet Rivera, Lisette Fleitas, Thais Hernández, Mirlenis Rodríguez y Adriana Bolufé fueron las líneas del pentagrama sobre el cual la misma Liliet comenzó a coreografiar la historia de la compañía. En el año 2004, cada una abandonó por disímiles razones la agrupación Lizt Alfonso. La experiencia profesional junto a Lizt les entregó dos pilares imbatibles: la formación danzaria y una amistad que las llevaría a encontrarse en la calle un día para terminar bailando, con la certeza de que juntas podrían emprender un proyecto. Liliet ya había realizado montajes coreográficos. Aquel momento de absoluta libertad, unido a la confianza de sus amigas, le cedía la oportunidad perfecta de experimentar con nuevos estilos. Así nació “Habana con paz”, fruto del amor de todas por su ciudad y del estado anímico que vivían.
La compañía emprendió un camino de búsquedas. En 2008, otra amiga llamó a Eduardo Córdova. “De él fue la idea de que las muchachas tocaran percusión con baquetas. No es lo mismo el taconeo normal con castañuelas que la percusión complementada con el taconeo. ¡El grado de dificultad aumenta! Pero Córdova nos enseñó a leer partituras, a tocar percusión, se quedó en la compañía sin ningún interés, a echar pa alante con nosotras”, revela Adriana Bolufé, una de las fundadoras y actual profesora de flamenco. “Él hace sus propios tambores, pinta las sillas que usamos para bailar, nos enseña a tocar, nos aconseja”. “Córdova es especial”, alegan varias bailarinas casi al unísono; y se ríen de que el público suponga un noviazgo entre él y Liliet, por el grado de complicidad entre ambos artistas.
A la coreógrafa siempre le había atraído la polirritmia, la trabajó desde sus primeras creaciones con elementos del flamenco, el ballet, y sobre todo la danza contemporánea y la afrocubana. “Al entrar Córdova, vi más definido el futuro de la compañía. Entonces el nombre de Habana Compás encajó perfectamente”, cuenta Liliet. Aún se entusiasma al recordar cuánto se enriquecieron con el uso de chequerés, claves, tambores, chancletas, castañuelas, bastones, y los taburetes que incorporó de forma casual: donde ensayaban no había otra cosa en qué sentarse y descubrió que estéticamente funcionaban dentro de sus coreografías.

También en búsqueda de su sello, la directora soltó el cabello de las bailarinas para fin de romper con los moños tradicionales del ballet. Entonces muchas debieron superar mareos y dominar mejor el equilibrio. Con el tiempo, las iniciantes cedieron espacio a las más jóvenes, una decidió mudarse a Canadá, el resto deseaba cumplir el sueño de convertirse en madres y pudieron; pues el relevo ya estaba.
Algunas niñas las habían seguido desde la academia de baile de Lizt Alfonso, otras provenientes de sociedades españolas o de la escuela del Ballet Español de Cuba, se integraron al conjunto con la esperanza de hacer algo distinto. De manera natural, Adriana pasó a ser la profesora de flamenco y Lisette Fleitas la régisseur de la compañía. Liliet se dedicó a la dirección, la coreografía y al acompañamiento desde la percusión. Córdova aprovechó sus aptitudes para la música y le enseñó a tocar incluso el “siete bocas”, instrumento fusión de los tambores batá, creado por él.
“Me llamaron para incorporarme como músico a Habana Compás. Pero cuando vi las condiciones de las bailarinas pensé en realizar mi viejo sueño de un laboratorio de percusión, y me di a la tarea de entrenarlas para que tocaran tumbadora, batá, bongó. Y por las aptitudes de Liliet empecé a trabajar con ella como dúo de percusión”, relata ese rey de los tambores que también pinta los taburetes con que las muchachas actúan, y ha expuesto dentro y fuera de Cuba una impresionante colección de instrumentos esculpidos. Para Córdova deviene un orgullo y un reto que muchas veces le pregunten a sus discípulas en qué escuela se graduaron o algunos duden sobre la primera profesión: ¿percusionistas o bailarinas?
“Yo solo les di una herramienta para conseguir más fusión y darles otra fuerza”, expone con humildad paternal. Aunque no se atribuye títulos, vive pendiente de los estados de ánimos en el colectivo y de la influencia—a veces nociva—de los conflictos externos, tal vez porque el niño que anhelaba estudiar psicología en vez de música todavía habita en él.
“Cuidado con esto, oído sordos a las cosas negativas, todo lo que uno ve no es, todo lo que a uno le dicen no es, analicen, comprueben, no puede haber división. Cuando algo se está creando y va con fuerza empieza a surgir mucha energía para la destrucción. Por eso les engendro bastante amor, que vean el trabajo como una onda espiritual más que material, un compromiso a cumplir con uno mismo y con otros”, reflexiona el luthier de la percusión.
El ruido de camiones, ómnibus y viejos carros norteamericanos que transitan por la avenida 51 de Marianao se mezcla nuevamente con el chasquido de las fichas de dominó de los vecinos y la música de la coda de Corsario, compuesta por Ricardo Drigo en el siglo XIX. Las bailarinas de HCD se calzan los tacones dentro de un estrecho salón, hecho más bien para conspirar.
De las palmas surgirán los primeros ritmos, luego toman las sallas y trazan los caminos previstos en la coreografía, halan sus pintorescos taburetes e improvisan compases con una naturalidad genuina. Sin embargo, la directora dice vivir en un estado de perenne inconformidad, y cree que aún pueden trabajar con muchos más ritmos cubanos, explotar la pantomima y las posibilidades expresivas de la danza contemporánea.
Habana Compás Dance actúa todos los viernes en la Maison, la casa de modas de Cuba, participa en diversas galas teatrales, programas de televisión, espectáculos en hoteles y festivales. Chile y Turquía fueron sus últimos escenarios fuera de la isla natal. Ahora un evento en México promete, quizás, la próxima oportunidad de exhibir las destrezas adquiridas con tanto sudor.
Las chicas aseguran que maestros importantes han sido todos. La alegría previa a los ensayos difumina cualquier contratiempo. “El camino ha sido duro, pero cuando me siento fatigada miro atrás, veo lo recorrido y siempre aparece un mensaje o una especie de emisario para hacerme ver que vale la pena continuar”, confiesa Liliet antes de volcarse en otro ensayo.