
Entre las múltiples advocaciones o derivaciones populares del nombre de la Virgen María tienen amplio reconocimiento público en los territorios latinoamericanos las de la Virgen de la Caridad, la Virgen del Carmen, Virgen de la Candelaria, Virgen de Guadalupe, Ntra. Sra. de Covadonga, Virgen de Regla, Ntra. Sra. de los Remedios, etc. De la extensa nómina sobresale, por la fuerza y antigüedad de su tradición, por la popularidad de su culto y por su integración a los procesos de conformación de la nacionalidad cubana, la Virgen de la Caridad del Cobre. La mayoría de los creyentes tienen por cierta, como la historia de su aparición, el hallazgo de la imagen de la Caridad del Cobre por tres pescadores que respondían al mismo nombre –Juan– en la Bahía de Nipe del Oriente cubano, a inicios del siglo XVII, más exactamente en el año 1612.
La imagen de la Virgen de la Caridad a nivel popular, se haya reconocida fundamentalmente en el color azul de su traje histórico o el amarillo (asociado al traje dorado con que fue coronada oficialmente por la Iglesia Católica como Patrona de Cuba en 1916), en el bote con los tres Juanes que se representa a sus pies y en el rostro trigueño de esta imagen religiosa.
A partir del decenio de los años 90s, estimulado por una coyuntura histórica, económica, social y cultural originada con la caída del Campo Socialista y por el profundo impacto que este fenómeno genera en la sociedad cubana en términos de crisis material y espiritual, se verifica un robustecimiento de las prácticas religiosas. Esta situación coincide plenamente con una actitud de mayor apertura y flexibilización por parte del Estado hacia tales prácticas y por un determinado nivel de distensión de las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia Católica en Cuba. En tales circunstancias se potencia una inédita recurrencia y una mayor visibilidad de referencias temáticas vinculadas con la fe cristiana en las artes plásticas de la Isla.
La crisis económica y social tuvo una repercusión notable en el ámbito de la religiosidad, que aflora con fuerza en los predios de las artes visuales. En efecto, se hace recurrente el acercamiento de no pocos artistas plásticos a temáticas vinculadas a la fe cristiana, casi siempre en diálogo con el fenómeno del sincretismo y la religiosidad popular. Más potenciado ahora por una coyuntura histórica marcada por la crisis de valores que acompaña a la sacudida ideológica, y a la precariedad material que tanto afecta a los cubanos, como consecuencia inmediata del derrumbe del llamado “socialismo real”.
Así, durante las dos últimas décadas, resulta destacable el creciente interés de un importante conjunto de creadores cubanos –alrededor de ciento cincuenta- por el tema de la Virgen de la Caridad del Cobre. Se ha estimulado la producción de obras de particular valor, tanto por sus soluciones formales, como por la dimensión semántica que cobran las elaboradas interpretaciones de esta advocación mariana, de particular significación para la cultura e identidad nacional.
Entre los autores de mayor relieve que han abordado esta temática se cuentan Juan Moreira, Manuel Mendive, Cosme Proenza, Esterio Segura, Pedro Pablo Oliva, Eduardo Roca (Choco), Ernesto García Peña, Roberto Fabelo, Zaida del Río, Fernando Rodríguez, José Ángel Toirac, Ángel Ramírez, Alicia Leal, Vicente Rodríguez Bonachea, Lázaro Saavedra, Nelson Domínguez, Agustín Bejarano y Ernesto Rancaño, entre otros.
En Mis dioses, mi familia (1991), el artista Fernando Rodríguez imbrica imágenes religiosas y políticas de alta potencialidad, significativa para articular un discurso en torno a la profesión de fe como asidero de salvación nacional. La obra está integrada por la unión de cinco piezas de madera policromada sobre las que el artista talla, por separado, sendas representaciones de la Caridad del Cobre, Fidel Castro, el Cristo Buen Pastor, José Martí y el Che Guevara. Cada figura es abrazada por un grupo de personas que forman un apretado círculo a su alrededor, y cada una porta, a su vez, un determinado atributo o complemento. En cualquier caso, la convocatoria que propone Fernando no distingue entre ideologías políticas, referentes místicos o medios para conseguir el resguardo. En última instancia, “a petición” de su conocido alter ego –el invidente Francisco de la Cal– está socializando su panteón personal como vehículo de salvación en tiempos de crisis.
Próximo: El debate continúa, con obras de Esterio Segura, Lázaro Saavedra y otros artistas.